XXXII° Domingo Durante el Año. (Lc. 20,27-38).
Jesús también enseñó en la Explanada del Templo, donde se reunían mucha gente a escuchar las distintas Escuelas. Allí “se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección…”.
Los Fariseos creían en la inmortalidad del alma, por lo mismo en la resurrección; los Saduceos, por el contrario, lo negaban y solo creían en la retribución aquí en la vida presente. Tomando en cuenta una ley judía, por la cual si un hermano primogénito moría, sin dejar descendencia, el hermano siguiente debía unirse con la viuda para dejar heredero. Le presentan siete oportunidades “sin dejar descendencia… cuando resuciten ¿de quien será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer”. Jesús responde que en la otra vida no habrá unión matrimonial: “Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”.
Jesús da a entender que DIOS ES UN DIOS DE VIVOS.
En las múltiples historias sobre las Religiones, encontramos la idea de la inmortalidad, enterramientos donde se le acompañan hasta con comida ‘para su viaje’... se los momifican… y otras tradiciones, manifestando la idea y necesidad de la prolongación de la vida.
Los judíos tenían su filosofía sobre la constitución del hombre, también existía la influencia de la filosofía griega, unos que el alma estaba esclava del cuerpo y la muerte era una liberación… otros que existía una relación de unión cuerpo y alma, donde el espíritu espera la unión después de la muerte… inmortalidad.
En nuestros tiempos muchos viven como si no murieran nunca y otros ‘viven muertos’, sin esperanza de futuros mejores ni resurrección.
Al existir todos sabemos que crecemos y morimos. Nadie se salva de la muerte… nadie quiere hablar de ella ni pensar que nos encontraremos con esa realidad. Vivir con intensidad, el tiempo presente, no tiene que ser escapismo de la realidad de la muerte próxima... Vivir como “hijo de la resurrección” no quiere decir que debamos enfrentarnos y exponernos imprudentemente a la posibilidad de morir. El cuidado de la propia vida es parte del plan de Dios sobre nuestra existencia y la misión que espera cumplamos.
El mártir ES ALGUIEN QUE VALORIZA SU VIDA Y SE ENCUENTRA FRENTE A LA POSIBILIDAD DE DARLA POR UN IDEAL. No es un imprudente ni un suicida, tampoco un temerario pensando que Dios le pone frente a esa posibilidad y no hace nada por salir de esa situación: ¡Dios proveerá y me liberará!. Dios te proveyó de entendimiento y voluntad para elegir lo mejor… lo posible en cada uno, de allí en mas no está en nuestra responsabilidad.
La vida hay que valorarla siempre, en uno mismo y en el otro. DIOS ES UN DIOS DE VIVOS.
Valoramos a todos aquellos que, dedicados a la medicina, se sacrifican en la atención de enfermos, a la curación y prolongación de la vida terrena. También aquellos que preparan a una buena muerte, entendiendo y trasmitiendo tranquilidad en la existencia del ‘mas allá’… “Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”.
Me vino a la memoria una joven que, luego de padecer una posesión diabólica, con largas y duras sesiones de exorcismos, ante la proximidad de su muerte (anunciada por revelación a ella misma un año antes), me da a conocer su dolor por la falta de entendimiento y acompañamiento de las Autoridades Religiosas, tomando lo suyo como una mujer manipuladora… Mi respuesta fue que desde Dios podrá hacer mas por su Misión que en la Tierra. Desde Dios y en Dios todo es mejor y posible… porque es El mismo que a través nuestro realiza sus obras buenas, con el tiempo reconocerán la heroicidad de su virtudes. El es la VIDA y RESURRECCIÓN, desde Dios y en Dios todo es posible.
Hay una MISIÓN en esta vida terrena y un RECONOCIMIENTO en el mas allá, la VIDA ETERNA, en Dios.
“Señor, Jesús Resucitado, esperanza nuestra, ayúdanos a edificar un mundo conforme a Tu Voluntad; donde la mirada ‘al mas allá’ fortalezca nuestras debilidades y despierte generosidad”.
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